Si algo abunda hoy día, es la gran oferta para y por el crecimiento personal. Desde las herramientas y recomendaciones de los profesionales de la salud psíquica y emocional, pasando por prácticas y practicantes de enseñanzas milenarias; todos ofrecen un camino hacia el conocimiento y la exploración interior, para alcanzar el nirvana, o como mínimo algo de sosiego.

De los gurus del exceso de pensamiento mágico pendejo ya no nos ocupamos, etapa superada.
Si crecer físicamente representa un cambio y expansión de nuestro cuerpo, crecer a lo interior, conectarnos con nuestra esencia, soltar el ego, que promociona el parecer, y atrevernos a amarnos y explorarnos como realmente somos, también lo es. Crecer a lo interior implica dejar atrás aquellas ideas, costumbre, vicios y situaciones, que nos atrapan. Así como dejamos atrás nuestros pijamas de niños, debemos dejar atrás lo que ya no nos funciona o no es adecuado para expandirnos.
El camino de permitirnos ser imperfectos y equivocarnos, el camino de volver a empezar y reconectar, de soltar lo que creíamos de nosotros mismos, para ser realmente quienes somos y amarnos con nuestras luces y sombras; el camino de pasar de ser lo que yo hago, para ser más lo que yo ofrezco, de aprender a servir y ser útil, más no necesario, de agradecer cada experiencia acumulada y las que aún faltan por vivir, no puede ser una postura, mucho menos una imposición. Cada quien debe llegar por elección y convencimiento al viaje de conocerse.
Dicen que crecer duele y Goethe decía: “el talento se educa en la calma, el carácter en la tempestad”; creo que por años nos han inculcado que crecer a través del dolor, es el camino que más y mejor nos fortalece. No estoy del todo segura de ello, creo que como todo en esta vida la dualidad del placer y el dolor nos enseñan por igual. Voy haciendo el camino de la conciencia y descubro maestros en cada vuelta, si estoy dispuesta a recibir con amor lo que cada quien ofrece. Me expando cuando abro los ojos a la versatilidad del mundo y me inspiro en la diversidad que me rodea.

Crecer es una ruta sin final, no dejamos nunca de aprender, conocer y explorar. Quizá mi mayor y personalísimo aprendizaje hasta ahora, y no pongo en duda que mute y cambie, es no poner en contraposición mi intelecto y mi corazón. Han dejado de mortificarme sentencias como “amar más que pensar”, porque en el camino he hallado las pistas para pensar desde el amor. Es un trabajo constante y disciplinado, en el que fallo cada tanto, pero voy entendiendo que es parte del proceso y lo acepto con amor.
No pretendo pontificar ni dar lecciones, instruir o ser ejemplo, solo propongo lo imprescindible de acometer el camino, aprovechar esta especial coyuntura mundial, que nos conmina a la introspección y empezar a dar pasos en dirección a nuestra esencia, ese tesoro maravilloso, cubierto por capas de años y vivencias.
Quizá ese tesoro es nuestro niño interior, ese que es libre, sabe reír, amar y aprender sin restricciones y por sobre todo cree y tiene fe en él; encontrarle y dejarle que nos guíe es una aventura impostergable.
Adriana G.

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