Si vamos a hablar del amor… vamos a hablar de los sospechosos habituales, vamos a desmontar el mito del inadvertido flechazo y vamos a traer al mismísimo Cupido al estrado, a que nos explique a que tanto estrago. El señor Cupido no es ni tan inocente ni tan impávido, y demostraremos aquí que desde su concepción misma, el tierno tira flechas ha sufrido tanto como cualquier mortal, del efecto variable de su poderoso arco.

Cupido en la mitología romana, es el dios del deseo amoroso y según la versión más difundida y aceptada el hijo de Venus , diosa del amor, la belleza y la fertilidad y de Marte, el dios de la guerra, lo que ya empieza por ser bastante. Se le representa generalmente como un niño alado, con los ojos vendados y armado de arco, flechas y aljaba. Su equivalente en la mitología griega es Eros, el dios primordial responsable de la atracción sexual, el amor y el sexo, y dios de la fertilidad. Mucha responsabilidad para un solo muchacho. Según el mito griego, o quien lo cuente, puede ser hijo de Afrodita y Ares, una versión comúnmente aceptada, aunque según “El banquete” de Platón, a quien no se le discute nada, fue concebido por Poros – la abundancia- y Penia – la pobreza- en el cumpleaños de Afrodita. Sencillita nos la puso Platón, para variar.
Las diferencias en su concepción, explican los entendidos, corresponden a los diferentes aspectos del amor. En el pensamiento griego por ejemplo se destacan dos aspectos, en el primero Eros es una deidad primordial que encarna no solo la fuerza del amor erótico sino también el impulso creativo de la siempre floreciente naturaleza, la Luz primigenia que es responsable de la creación y el orden de todas las cosas en el cosmos. Pero según la “Teogonía” de Hesíodo, el más famoso de los mitos de creación griegos, Eros surgió tras el Caos primordial junto con Gea, la Tierra, y Tártaro, el Inframundo. Solo posteriormente aparecen las versiones alternativas como hijo de Afrodita con Ares, de Poros y Penia, o a veces de Iris y Céfiro.
En definitiva, lo que si nos viene quedando claro es que no se puede ser muy acertado en la vida con tantos padres putativos regados en el olimpo, y mucho menos tener el tino de apuntar cuando y como es debido.
También según la versión (Séneca, Cicerón, Platón, Hesíodo, etc.) tuvo dos hermanos, Anteros e Hímero. Anteros es la personificación del amor correspondido. Cuando Anteros y Cupido andan juntos, Cupido se transforma en un joven hermoso, pero cuando se separan vuelve a ser un niño, un amor travieso y alado, para indicar que el amor suele pasar pronto y además con los ojos vendados, para probar que el amor no ve el mérito o descrédito en la persona a quien dirige su famosa saeta. El otro hermano es, en el olimpo griego Hímero, personificación del deseo sexual, y en la mitología romana Himeneo, dios del matrimonio, hijo de Venus y de Baco, y por tanto, medio hermano de Cupido.
Solo o acompañado el muchachito, inmaduro al fin, es errático y dotado de un armamento peligroso, cuando de la herida punzo penetrante del amor se trata, sobre todo sabiendo que sus famosas flechas están cargadas unas con oro, para infundir amor y otras con plomo, para quitarlo.

Se dice que Cupido es hermoso como su madre, audaz como su padre e incapaz de ser guiado por la razón. Por lo menos no fueron injustos los narradores al concederle el poder de administrar la herida del amor tanto a hombres, como a dioses. Ni su propio pechito fue inmune, como lo prueba su amor hacia Psique, divinidad griega y personificación del alma. Un amor tortuoso como pocos que más abajo les anexamos, por si quieren darse banquete con el drama.
Pero los efectos de su torpeza nunca quedaran tan bien señalados como cuando Ninfea, una de las ninfas de Diana, o Artemisa según el olimpo que escoja, fue objeto de su mala puntería y quedó flechada. Todo porque Diana, sujeto de su deseo y ruta original del pinchazo, esquivó el envío. Herida en su pecho Ninfea quedó irremediablemente enamorada y su corazón experimentó lo que nunca antes había sentido: un ardor desconocido que la consumía. Se debatió entre el deseo ciego y el pudor que la caracterizaba, ninfa al fin. Trató de arrancar la flecha, pero no pudo y lanzando gemidos y quejas se lanzó a los bosques. ¡Oh, pudor! – Dicen que exclamó – tú, el más precioso y más bello adorno de una ninfa sagrada, si mi espíritu es culpable de un sentimiento vivo que te ofende, mi cuerpo todavía está inocente. Que sea suficiente esta víctima para tu cólera y me lave de un crimen que mi voluntad con horror detesta. Y se lanzó a las aguas.

Diana deploró el horrible destino de Ninfea, pero no permitió que su cuerpo se sumergiera. Sobre las ondas del agua la hizo flotar y la convirtió en la flor que lleva por nombre nenúfar, de blancura brillante y tallo de anchas hojas verdes.
De allí en adelante ¿cuántas castas palomas han sucumbido en el ardor del deseo, y ha consumido sus pudorosas razones en los azogues del amor (típicamente no correspondido), sin que nadie venga luego a convertirla en flor? ¡Ay qué pena!
Definitivamente la culpa no es del muchacho, sino de tan díscola educación y destino, criado como al garete, con abolengo tan poco claro y versionado, y otorgándole además el don de hacer amar, anhelar y desear con muy poco criterio de selección. ¡Ay que pena!
Adriana G.
Lectura complementaria y sugerida:
El escritor romano Lucio Apuleyo narró la historia de Cupido y Psique en su obra El asno de oro. He aquí un apurado resumen, para ilustrar el dulce tormento que el propio Cupido hubo de pasar.

Cuenta Apuleyo que en cierta tierra remota hubo un rey y una reina, padres de tres hijas. La menor y más bella de todas se llamaba Psique, la representación del alma. Su padre, a través del Oráculo de Delfos, intentó conseguirle un compañero, pero El Oráculo le dijo que ella no estaba destinada a ningún amante mortal, porque el amor del alma siempre es inmortal, sino a un dios.
Psique era considerada la mortal más bella del mundo. Venus, celosa de la belleza de Psique, pidió a Cupido que usara sus flechas doradas para hacer que Psique se enamorase del hombre más feo. Cupido accedió, pero al ver a Psique quedó prendado de su belleza. En un palacio se encontraban los dos. Llegada la noche Cupido se unía a ella y la dejaba antes de que amaneciera, recelando ser descubierto. Cupido pidió a Psique que no encendiese jamás ninguna lámpara porque no quería ser visto. La princesa se sentía muy segura cuando él la visitaba por las noches, aunque no viese su rostro, pues sentía que era el esposo anhelado. Cupido prohibió a Psique que se dejara ver de todos, incluyendo sus hermanas, pero viéndola entristecida y melancólica, consintió al fin que les hablase, a condición de que no siguiera sus consejos. Celosas como estaban de la dicha de su hermana, le dijeron que el Oráculo había dicho que su esposo era un monstruo, seguramente una serpiente que acabaría con su vida de una manera horrible.
Psique, aterrada por la funesta noticia, admitió el pérfido consejo de sus hermanas: a la noche siguiente, cuando su esposo dormía, se salió del lecho para tomar una espada con que darle muerte, más en el instante en que tomó la lámpara, observó que en lugar de un monstruo, era el dios Cupido el que dormía. En el despecho de haber dudado de su felicidad Psique toma la espada e intenta clavársela en el pecho, pero la espada se le cae de las manos. Se vuelve para mirar de nuevo a su esposo, que le genera inmensa pasión, pero una gota de aceite de la lámpara cae en la espalda de Cupido, este despierta y al instante emprende el vuelo. Psique intenta detenerlo tomándolo por un pie, pero la fuerza de Cupido es superior y eleva a Psique.
Cupido deja caer a Psique, reprochándole su desconfianza. Psique, desesperada y vengativa ilusiona a sus hermanas con que Cupido se casará con ellas. Ambas perecen en el intento de consumar el hecho.

Venus, al enterarse de que su hijo sufría un cruel dolor, creyó su deber ir en busca de Psique para hacerla sufrir por su temeridad. Psique también decide ir en busca de Venus, en cuya compañía estaría Cupido. Encuentra, en efecto, a Venus, pero la diosa indignada no presta atención a sus súplicas, irritada, le arranca el cabello, le hace trizas la ropa, le da golpes en la cabeza, y dejándola en compañía de la Tristeza y la Solicitud, le encomienda varia tareas, cada una más penosa que la anterior.
Venus, atribulada por obediencia tan eficaz de Psique le ordena la tarea más difícil de todas: como la diosa lamentaba que a causa de la preocupación por su hijo su belleza había menguado, mandó a Psique que descendiera al Inframundo y pidiera a Proserpina un cofre que contuviese algunas de sus gracias.
Psique cumplió con la encomienda y recibió de Proserpina lo que Venus le pedía. Después que hubo salido de los infiernos, tuvo curiosidad de abrir la caja con el objeto de tomar para sí alguna cosa de la belleza que encerraba, mas sólo halló un vapor infernal y soporífero que la hizo caer en tierra, aletargada. No hubiera despertado jamás si Cupido, curado de su despecho, no hubiese escapado del palacio de su madre en busca de su querida Psique. La encontró dormida, la despertó con un beso, volvió el vapor a la caja y le dijo a Psique que la llevara a su madre. Cupido voló hacia el Olimpo, se presentó ante Júpiter, que reunió a los dioses, prometiendo a Cupido que él mismo guardaría a su querida Psique, y que Venus no haría más oposición a su enlace con ella. Previno al mismo tiempo a Mercurio que condujera a Psique al Olimpo.
Psique, admitida entre los dioses, bebió ambrosía y se hizo inmortal. Se preparó el festín nupcial. Hasta la misma Venus tuvo que danzar. Cupido y Psique fueron cubiertos con un velo transparente. Cupido sostuvo una paloma, símbolo del amor conyugal. Los dos tenían las manos ligadas con una cadena de perlas en su camino al altar. Himeneo los condujo.
Desde ese momento Psique adquirió alas de mariposa, emblema del alma en los antiguos. Celebrada la boda Psique dio a luz a las tres Gracias: Voluptas, la Gracia de la Voluptuosidad, Castitas, la Gracia de la Castidad, y Pulchrito, la Gracia de la Pulcritud. Esta última Gracia, un balance entre sus dos hermanas.