La tentación inicial, al llegar al mes de marzo de 2021, era hablar del año de la pandemia, del aniversario, desadjetivado, de la cuarentena; de los cambios obvios que se suceden en nuestra forma de relacionarnos, del tiempo en que tardaremos en superar y procesar esta circunstancia, etc. Un par de artículos leídos nos daban luces sobre posibles tópicos y los argumentos, a favor y en contra, buena base para arrancar.
Una llamada derrite el espacio circundante, desbarata el tiempo en que me muevo y pienso, todas las consideraciones quedan suspendidas. Un «nomesientobien«, así, de corrido, es el primer escalón por el que ruedas.

En 2020 la familia se topó de frente con el susodicho: mis dos hermanos y sus respectivas familias se contagiaron entre octubre y diciembre con el coronabicho, y nos mantuvieron en vilo, hasta saberles a todos completamente recuperados. Por sus edades, síntomas y evolución del virus, nunca nos sentimos totalmente amenazados. Tuvimos siempre confianza en que rebasaríamos la contingencia de ambas familias, una en Venezuela, otra en Houston; así fue y despedimos el 2020 deseosos de aterrizar en un calendario de estreno, que ilusamente, a pesar de la evidencia en contra, considerábamos promisorio.
No fue así. Aunque las vacunas hacen, alrededor del mundo, su camino a la tierra prometida de la inmunización, aquí en Venezuela, donde las cosas no pasan, se desencadenan -como el relámpago del Catatumbo, o los aguaceros en la Gran Sabana-, el des-gobierno, divorciado de la realidad, embriagado de poder y dinero, se burla del colapso del sistema sanitario, de los limitados recursos del ciudadano, de la deficiencia en el suministro de agua y otras carencias, prometiendo bebedizos, vacunando a sus acólitos antes que al personal médico, y dejando a la población a su suerte y dolor. La diatriba política supera la necesidad de orden, disciplina y sindéresis; el resultado es desolador: los niveles actuales de contagio de Covid 19 en el país superan con creces cualquier expectativa y superan, sobre todo, el deteriorado sistema de asistencia médica, público y privado.

Desencadenado, como el relámpago y el aguacero, el deslave toca a cada puerta. Ayer hizo, nuevamente «tuntún» a la puerta de mi familia. El susto te desorbita los ojos. La angustia se te resbala, babosa, por la garganta y solo te deja rogar no quedar en la casilla de las estadísticas que enlutan a cientos de hogares. La fe envuelve cada caja de pastillas y la oración se licua intravenosa con el anticoagulante.
El 2021 avanza, concentrando nuevas dudas y viejas inconsistencias. El virus toma aire y resopla enchumbando con sus gotículas las certezas; la incertidumbre sigue a la vera y manejarla sigue siendo el verdadero y auténtico reto, que vale para todo. Las facturas emocionales están allí.
Alea jacta est.
Adriana G.