Confinada en el mar
Primero fue: que si mi bitácora en el exilio; después que si mis memorias en Santa Teresa, en la Península de Nicoya, en Costa Rica; también he pasado por Barranquilla, largas temporadas, donde me envuelve el calor, literal, de la costa caribeña. Lo que nunca pensé en ninguno de mis planes de viaje, ni en mis fantasías más locas, fue quedar varada por una pandemia en Nicaragua, en la comarca de Miramar, confinada en el mar, en la costa del Pacífico.
Para seguir aclarando, el lugar de origen de mi alter ego, Valquiria Wagner, es Estocolmo, quien me conoce algo, recuerda mi poderosa máxima – Ni que fuésemos suecos – , la aplico cada vez que un nativo, criollo, latino, desde México hasta la Patagonia Argentina, se indigna seriamente con cualquier actitud clásica de nuestro versátil gentilicio latinoamericano, quienes tenemos una manera muy particular de ver el tiempo y el espacio, palabras más, palabras menos, nos parecemos en lo flexibles que somos, por no decir relajados, aunque cada local del país quiera hacer ver lo contrario. En resumen, no somos, ni nos hacemos los suecos. Tengo una fascinación por Suecia, Dinamarca y Noruega, los lugares de mis fantasías por fríos que sean.
Volviendo al océano Pacífico, donde me agarró el COVID19, como explicaba, no fue nunca un destino deseado, ni planificado, pero así suceden las cosas, y será un episodio digno de “en el mar la vida en más sabrosa”, es sobre todo una estadía placida, me encuentro en una posada vacía, donde en estos meses de Junio y Julio, se esperaban huéspedes, surfistas europeos y norteamericanos. La posada es del gringo, amigo de mi hijo, quien he bautizado mi Hemingway del Pacífico, o The young man and the sea. Pensaba yo, que era la más fanática del mar, siento que estoy siendo premiada con el océano a mis pies, pero este gringo me lleva una morena, el no solo vive enfrente del mar, y su modus vivendi es atender a surfistas como él, sino que lo he visto como necesita sumergirse en el mar, estar en contacto con el agua salada y empanizarse en la arena oscura, para regresar al agua y saltar las olas como un pez en su elemento natural.
Resulté ser apenas una aficionada contempladora del océano, lo que no me desacredita para nada. Estoy viviendo mi momento más íntimo con la playa, ni en mis tiempos en Bahía de Cata, donde me instalaba hasta tres meses en el Playón de Ocumare de la Costa, pasando los días en las blancas arenas y el hermoso mar Caribe. Desde mi temprana infancia tengo recuerdos vividos de estar cerca del mar, la adolescencia y la juventud en un escenario marino es especial, más tarde se repetía la historia con mis hijos, quienes también convivieron y conviven aún con el océano, solo que se mudaron para el pacífico, quien nos reconoce como sus hijos naturales, siendo generoso, frió o cálido, manso o turbulento. Cada vez que entramos en el mar somos bendecidos.
Sonia María
Siempre Katy, en el mar, en el lago, en la piscina, donde hay agua abundante siempre es más sabroso. Igualmente tengo los mejores recuerdos de nuestras tertulias. Cariños.
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Soniaaaa me llevaste al Pacífico, buen relato amiga, como siempre. Besos
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Gracias amiga, me tocó está vida zen en el Pacífico. La voy disfrutando y contando..
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Sonia, que buenas reflexiones o comentarios, aquí cabe mencionar la letra de aquella canción que nos acompañó en algunos momentos de nuestras vidas que dice….en el mar la vida es más sabrosa ….gratos recuerdos guardo de nuestro compartir en Maracaibo, un fuerte abrazo
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