El delito de opinar

En estos días nos hizo el rato un tuit sobre la idea de conceptualizar musicalmente el año 2020, que ya entrando al segundo semestre nos mantiene siendo testigos de eventos, circunstancias y situaciones que han girado nuestro mundo en 180°. La incertidumbre, que debería ser la base de todos nuestros cálculos, protagoniza el presente y asoma al futuro sin pudor – porque habría de tenerlos.

Pero no venimos a enumerar el ranking del top ten de eventos más sonados, creo que todos, en mayor o menor escala los conocemos.

Lo que sí parece pertinente es conversar sobre como esta serie de eventos desafortunados, ha configurado un escenario donde opinar se convirtió en delito. Porque si a algún elemento peligroso hemos anclado  este 2020,  es al andamiaje de las trincheras que se organizan en cualquier espacio llamado a compartir ideas. El campo minado en que se han convertido las redes sociales es solo un síntoma del mal, que cunde en chats de WhatsApp, Asambleas de Vecinos, etc.

Expresar una opinión y mantenerla, sin convertirse en objetivo de las huestes que se alzan con la verdad de su parcela y buscan apedrear con el verbo más virulento cualquier disenso a su opinión, poniendo además a la cofradía tras cada piedra, es todo un reto, visto el linchamiento del que se es testigo en cualquier tribuna.

Pero la trayectoria de la piedra tiene posiciones sucesivas por las que pasa en su movimiento, así lo reza la cinemática. Es decir que el  delito aunque sea banal es susceptible de hacerse serio y viceversa. La absoluta libertad de opinión y pensamiento tiene sus aristas, como la tiene el recibir un mensaje y hacerlo cuerpo de un delito.

Todos tenemos derecho a la opinión y todos debemos no solo aceptarlo sino procurar esa diferencia y disenso, pero todos tenemos el deber de ser responsables de lo que expresamos, por el medio que sea. Solo en un universo de diferencias prevalecen conceptos y valores como la ética, la tolerancia o  la empatía. Es solo a partir de la diferencia que la justicia logra sus mayores y mejores equilibrios, pero no debemos confundir el inalienable derecho de opinar, con un patente que nos exime de la responsabilidad que conlleva hacerlo con exquisito cuidado y prudencia, o no hacerlo si no es un tema sobre el que no tengamos referencia, experiencia y conocimiento.

Es un exceso la demonización de opiniones que quizá no son interpretadas en todo su contexto; es un exceso las opiniones que se leen sobre temas delicados, sin atender antes de opinar a todos los contextos. Es un exceso, y es el peor, opinar por hacerlo, decir  “esta boca es mía” por puro hacerse presente.

El delito de opinar es un proyectil que se mueve en una trayectoria de posiciones sucesivas. Es un riesgo halar el gatillo, recibir el impacto e incluso estar en el medio.

Adriana G.

https://www.cinco8.com/perspectivas/desnudos-por-la-calle/

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