¡Que viene el coco!

Existen varios manuscritos que explican el significado moralizante de la obra “Que viene el coco”, un grabado de la serie «Los Caprichos», del pintor español Francisco de Goya. El que se encuentra archivado en el Museo del Prado, se refiere al abuso funesto de la primera educación; hacer que un niño tenga más miedo al Coco que a su padre y obligarle a temer lo que no existe. El manuscrito de Ayala y el que está en los archivos de la Biblioteca Nacional, coinciden en que el verdadero mensaje en el aguafuerte del artista zaragozano, está relacionado con las madres tontas, que hacen medrosos a los niños figurando el Coco y otras peores que se valen de este artificio para estar con sus amantes a solas, cuando no pueden apartar de sí a sus hijos.

Probablemente por estar viviendo intensamente y en la práctica el tema que pretendía traer al blog, he tardado más de dos semanas en encontrar la inspiración que me permitiera poner una letra detrás de la otra, porque eso es lo que hace el miedo, frenar las ganas, obstruir la creatividad y paralizar la intención.

Pero esta madrugada la musa apareció de forma inesperada, vestida de traje caro, con exceso de bronceado y el exabrupto como tarjeta de presentación: Donald Trump, ganó las elecciones en los Estados Unidos y a mi se me alborotaron todas las formas de pavor con tanta pasión, que las ideas se reorganizaron con el movimiento y cogieron rumbo, agarraditas de la mano y con un mismo objetivo.

coco2

No tengo la más mínima intención de hacer un análisis político de tan impactantes resultados pues me declaro incompetente para tal fin, pero las sensaciones que me producen este hecho, dejan material suficiente para desarrollar un tema que en mayor o menor medida, tarde o temprano, lo reconozcamos o no, afecta a todo hijo de vecino: EL MIEDO, esa emoción que tiene como banda delictiva al Coco, a la Sayona, a los Espíritus, los terroristas, lo desconocido, la oscuridad, el abandono, la inseguridad, el pasado que regresa o el futuro incierto, entre otros.

Mientras escribo estas líneas, me acompaña la imagen de un televisor donde abundan los rostros pletóricos que celebran la aterradora victoria del candidato republicano y se me vuelve a disparar el corazón; pero cuando estoy a punto de asumir como normal esta forma de temor, escucho el siguiente diálogo entre el analista internacional y la presentadora del programa informativo en cuestión:

-Pero… ¿por qué tanto miedo?

-Por sus promesas políticas, ¿te parece poco?

-La experiencia nos dice que si hay algo en lo que los políticos se repiten, es en eso de incumplir sus promesas electorales… ¿por qué ese argumento no nos va a servir esta vez?

Conclusión por lo menos interesante: esa sádica y agotadora tendencia humana de rumiar pensamientos nocivos, en vez de priorizar el optimismo, la confianza y el estar en el ahora.

Según el neuropsicólogo Rich Hanson “nuestro cerebro es como el velcro (cierre mágico) para las experiencias negativas y como el teflón para las experiencias positivas, no pudiendo culpar tan solo al entorno, pues estudios realizados con niños de 3 meses dieron como resultado que estos procesan la negatividad de la misma manera que un adulto”.

Hanson precisa que los estímulos negativos:
*Producen más actividad neuronal que los positivos.
*Se guardan en la memoria a largo plazo de forma inmediata, mientras que los positivos requieren que insistamos en ellos para que queden archivados.
*Les prestamos más atención que a los sucesos positivos.
*Los acontecimientos negativos influyen el doble en nuestra felicidad diaria que los acontecimientos positivos.
*Tenemos mayor tendencia a entrar en acción para evitar un daño que para conseguir un beneficio.

Con esta información podemos comprender por qué el cerebro, con facilidad para decantarse por los estímulos negativos, acude con frecuencia al miedo (que se presenta como la raíz del resto de emociones limitantes, incluyendo la rabia, que cuenta con el pánico como autor intelectual de cualquier reacción) y nos complica la existencia. Es importante recordar que el miedo no es malo per se, es su frecuencia, su intensidad  y su escasa objetividad, lo que causa el daño.

En la prehistoria el miedo era un recurso necesario para la supervivencia, pero los dinosaurios se extinguieron hace millones de años y nosotros seguimos creándolos y recreándolos en nuestra mente, con sus incontables e insalubres consecuencias. Cuando éramos (¿?) cavernícolas y percibíamos un peligro real y externo, nuestro cerebro básico y pequeño enviaba un alerta que nos preparaba para atacar o huir.  Para ello el organismo, en fracción de segundos, aumentaba la presión arterial, la velocidad del metabolismo, la glucosa en la sangre, la adrenalina, la tensión muscular, detenía las funciones no esenciales, dilataba las pupilas para ver mejor y generaba sudor para refrescar el cuerpo. Con nuestra armadura de músculos y huesos lista, reaccionábamos dándole una trompada al vecino invasor o huyendo del ataque del Velociraptor desbocado y todo el proceso bioquímico que se había generado producto del miedo, se drenaba.

coco3

En la actualidad, nuestro desarrollado, creativo e inocente cerebro sigue percibiendo ataques, siendo ahora la prensa, las redes sociales, la religión, la educación, los cuentos del vecino, la voz interna de una madre temerosa, el recuerdo de un padre amenazador, un sistema de creencias turbio, etc., los dinosaurios modernos. Ante tan variada fauna hipotética, el inconsciente obediente envía al cuerpo el alerta de salvamento, exactamente igual como si continuara viviendo en la prehistoria, pero en la mayoría de los casos ya no hay una reacción física que justifique el desbarajuste al que hemos sometido al cuerpo…   sólo la imaginación de lo que podría ser.

El miedo desbocado puede ser tan dañino, que consigue desactivar los lóbulos frontales (responsables de los procesos cognitivos complejos), alimentar ciegamente la emoción y lograr que se pierda la noción de su magnitud, así como el control sobre nuestra propia conducta; una demostración actualizada de ello es que hasta el momento, el nuevo presidente de los Estados Unidos, no ha hecho NADA aparte de decir barbaridades y sandeces, pero aún así, hoy el peso mexicano perdió un 10% de su valor frente al dólar, la bolsa cayó con fuerza, los valores refugio se dispararon, el mundo está en estado de shock y el miedo colectivo haciendo estragos.

Desde mi interpretación poco original, Donald Trump es un fanfarrón crónico, un misógino frustrado, un chovinista retrógrado, un racista y xenófobo declarado, en conclusión, un ser polémico y desagradable, pero ¿es un reptil gigante que nos espera a un par de metros y del que, por seguridad, tenemos que huir? ¿O es un supuesto “Coco” bocazas y con una fama exacerbada por los medios de comunicación? En estas circunstancias específicas  ¿Es el miedo, con su revolución corporal, un recurso indispensable de supervivencia o es una inútil y dañina pérdida de tiempo?

En su campaña electoral, Trump propuso:

  • La construcción de un muro con México, porque los mexicanos “traen drogas, traen delitos, son violadores y algunos, supongo, son buena gente”.
  • Terminar con la ciudadanía por nacimiento, porque “las familias tienen que mantenerse juntas, pero irse juntas también”.
  • Un “test ideológico” para evaluar la entrada a los EEUU, para “cuidarnos de nuevos ataques”.
  • Crear un registro de los musulmanes que viven en el país y prohibir la entrada a los nuevos, porque “es de sentido común vetarle la entrada a los que son potencialmente peligrosos para el país”.
  • Establecer métodos “mejorados” de interrogación, porque “es necesario aplicar torturas más severas para obtener información”.
  • Acabar con cualquier limitación gubernamental para la venta de armas, porque quiere para los americanos “una ilimitada posesión de armas, para nuestra protección”.
  • Derogar el Obamacare (ley de cuidado de salud asequible), “para que deje de quemar nuestras carteras”.
  • Eliminar la Agencia de Protección del Medio Ambiente y sus regulaciones, porque “el cambio climático es un mito y hasta ahora nos han estado engañando para dificultar el funcionamiento de las empresas”.

Estas son algunas de las cosas por las que nos estamos aterrando y escandalizando (incluyéndome), desde que supimos que Donald presidirá la gran y poderosa nación de los Estados Unidos, sin mirar ni reconocer cuanto de él hay en cada uno de nosotros y cómo vivimos en la transparencia de una conveniente hipocresía (por supuesto, incluyéndome).

¿Cuantas manos valientes se atreverían a levantarse para reconocer con madurez y honestidad, que en lo más recóndito de su miedo, alguna vez ha deseado que los inmigrantes abandonen su país, o que les ha responsabilizado por la situación del sistema, o ha sentido que su presencia le resta posibilidades sanitarias/educativas, o ha tenido pensamientos de terror al imaginar su edificio o vecindad invadido de gitanos, rumanos, chavistas o cualquier otra forma de colectivo incómodo, o ha deseado la muerte a quien consideraba merecerla (un presidente de la república, por ejemplo), o ha fantaseado con tener un arma para convertirse en un necesario justiciero o ha hecho barbaridades a conciencia de estar contribuyendo con la destrucción del medio ambiente?

coco4

Yo, con vergüenza, levanto la mía unas cuantas veces. No me tergiversen, no deja de impactarme que un hombre con predilección por la exclusión, tendencia bélica, comportamiento arrogante y  apariencia de perdonavidas de instituto privado, sea elegido democráticamente para dirigir un país, siendo precisamente la cantidad de poder que le conferirá el cargo, lo que le hará supuestamente peligroso, pero al respecto lo único que podemos hacer (por salud mental, emocional y corporal), es dejar de lado la imagen de Trump presionando un botón rojo que destruirá la bolita del mundo y comenzar a leer o escuchar opiniones versadas, interesantes y tranquilizantes sobre todo aquello que inevitablemente y por ley se quedará en anécdota y “paja dialéctica”.

De líderes déspotas ya tengo un archivo abultado como para prestarme a engaños, mi conclusión más bien guarda relación con una decisión personal de superar lo que me limita y con mi opción intransigente de tener una relación honesta conmigo misma, por lo que aprovecho esta ocasión para reconocerme en este miedo general y hacer algo para trascenderlo. Sigue sin gustarme Trump, pero este ejercicio literario me ha conducido de manera inevitable a pensar en la incongruencia de nuestras conciencias,   por lo menos de la mía. Él sólito no es más peligroso que esta sombra colectiva que se compone de todas nuestras sombras individuales y me da a mí que el caballero con toda su escandalosa estampa, lo que vino fue a removernos el alma y a obligarnos a decidir ser mejores…  por lo menos a mi.

como-vencer-los-miedos-en-los-negocios-online

Cada día somos más las personas dispuestas a comprometernos con un cambio que beneficie nuestra sociedad y ni la decisión incomprensible de miles de republicanos puede desviar nuestra intención, ambos hechos tienen impacto global y ganará quien tenga mayor convicción. Estoy segura que esta nueva forma que tantos tenemos de mirar la vida, es de crecimiento exponencial, inevitable, sin retorno y mucho más grande que cualquier potencia mundial con su recién estrenado líder repeinado, o despeinado, según la foto. Salir del automático, ponerle cara al miedo, darle su justo lugar y no permitir que nos consuma, se hace imprescindible para poder seguir siendo agentes multiplicadores de la inclusión, como única alternativa saludable para la humanidad; el hábito de la exclusión liderado por el ego, ya ha comenzado su camino hacia el colapso y ni un millón de Donald’s Trump’s podrá detenerlo.

Patricia H. González P.

https://phgp.wordpress.com/

4 comentarios sobre “¡Que viene el coco!

Deja un comentario